Siempre se van los mejores. Esta es una frase que a pesar de ser muy típica, no por ello deja de ser cierta, al menos para este caso. Se no han ido dos de los mejores: José Antonio Labordeta y Marcelino Camacho.
Decía el dramaturgo alemán Bertolt Brecht que “hay hombres que luchan un día y son buenos; hay otros que luchan un año y son mejores; hay quien lucha muchos años y son muy buenos; pero hay quien lucha toda la vida, ésos son los imprescindibles”. Sin lugar a dudas, José Antonio y Marcelino eran de los incansables, de los que han luchado toda la vida por la democracia, la libertad y los derechos sociales. Eran de los imprescindibles.
Empezaré por Labordeta. Este aragonés ha sido durante las últimas décadas uno de los grandes referentes morales y cívicos de nuestro país. Comunicador, diputado, poeta y cantautor. Profesor también, que abandonó las aulas para alentar a muchas más personas de las que podían sentarse en los pupitres de la escuela.
En 1976 participó en la creación del Partido Socialista de Aragón. Posteriormente se presentó al Senado en la candidatura de Izquierda Unida. Es entre los años 2000 y 2008 cuando es elegido diputado nacional por la Chunta Aragonesista. Por aquellos años de representante en el Congreso, Labordeta participó de forma acérrima y entusiasta en todas y cada una de las movilizaciones en contra de aquella maldita Guerra de Irak a la que nos envió el Partido Popular. Fue a algunos miembros de ésta formación política a los que les espetó el tan famoso “a la mierda”, ante las burlas continuas que la derecha hacía sobre él en un momento tan apasionante para Labordeta como fue el debate sobre el trasvase del río Ebro, del que estuvo tajantemente en contra. Además, de la tan conocida expresión, que siempre se la vinculará con el diputado aragonés, también se dirigió a los diputados populares de la siguiente forma: “ustedes están habituados a hablar siempre, porque aquí han controlado el poder toda la vida; y ahora les fastidia que vengamos a poder hablar las gentes que hemos estado torturados por la dictadura. Eso es lo que les jode a ustedes.”
Por aquellos entonces (corría el año 2003), yo era un chaval de quince años al que la política le inquietaba ya demasiado. El ambiente político y social, por aquella época, recuerdo que estaba totalmente enturbiado, ya que se producían numerosas movilizaciones en contra de la Guerra de Irak, y José Antonio Labordeta era uno de los grandes activistas de la izquierda española.
Aquél momento en el que Labordeta acaparó todos los focos, recuerdo que estaba comiendo y tuve que soltar la cuchara. Era la primera noticia de los telediarios. Labordeta había mandado “a la mierda” a parte de la derecha española, tras ser increpado, burlado y ridiculizado por algunos de sus parlamentarios. Era increíble. Había enviado “a la mierda” a aquellos que nos llevaban sin titubear a una guerra tan ilógica como injusta, a aquellos que se sentaban en los escaños de la democracia sin haber tenido la dignidad si quiera de condenar el franquismo, y a aquellos que nos recortaban derechos a un ritmo vertiginoso.
Por aquellos momentos yo sabía bastante poco de la historia de lucha y sacrificio del aragonés, y de su compromiso con la libertad y la democracia. Por ello, entiendan que para mí, con tan sólo quince años, fuera sorprendente e impactante ver como desde la tribuna del Congreso de los Diputados, un señor sin corbata, camisa a cuadros y un gran bigote mandaba “a la mierda” a unos cuantos parlamentarios poco respetuosos de la bancada popular, tras las mofas de éstos hacia Labordeta. Interpreté ésa expresión como un basta ya de recortes en derechos sociales y civiles, como un basta ya de guerras inadmisibles, basta ya de “decretazos” y basta ya de la política llena de engaños y abusos intolerables que practicaba el Partido Popular del Sr. Aznar.
Tras muchos años siguiéndolo en tertulias y libros, queda claro que Labordeta ha sido muy importante en las últimas, al menos, dos décadas para la izquierda española. Era un buen político. De los que creían en la política como herramienta transformadora de la sociedad y de los que se empeñaban en hacer la tan necesaria pedagogía política.
El día en que dejó su escaño en el Congreso dijo que “me voy decepcionado, porque uno viene aquí pensando que puede solucionar mucho, y al final te das cuenta de que puedes hacer poquicas cosas”. Labordeta siempre fue modesto en sus declaraciones, pero lo cierto es que ha dejado un gran legado en la historia de la izquierda española. Una izquierda que echa de menos oírle cantar a la libertad como él solo sabía y podía hacer. Si algo nos ha transmitido José Antonio Labordeta es ése espíritu luchador e infatigable, como el que él tenia, para que “un día, al levantar la vista, veamos una tierra que ponga libertad”.
Quiero como no, recordar también al sindicalista y político, recientemente fallecido, Marcelino Camacho. Sucede con más frecuencia de lo que sería deseable; me desperté en la mitad de la noche sin saber por qué, en el desvelo conecté la radio y me inquieté escuchando una noticia ya comenzada que hablaba de la muerte de alguien. Por las notas bibliográficas y las citas localicé rápidamente de quién se trataba, ya que una corriente me sacudió el cuerpo al escuchar “dedicó su vida a luchar por la dignidad de la clase obrera de nuestro país”. No podía ser otro. Se nos fue Marcelino Camacho.
Marcelino Camacho acumula una vida difícil, llena de sacrificio y en defensa de los derechos de los trabajadores y de la democracia. Se afilió al Partido Comunista con tan solo veinticinco años, participando voluntariamente en la Guerra Civil para defender la República. Al terminar la guerra lo encarcelaron y condenaron a trabajos forzosos por el bando franquista. Años más tarde, en 1967, es encarcelado, una vez más, por sus actividades sindicales y políticas, hasta la muerte del dictador Franco. A la salida de la cárcel, Marcelino Camacho espetó una de sus famosas frases “ni nos doblaron, ni nos doblegaron, ni nos van a domesticar”.
En el año 1976, las Comisiones Obreras consiguen constituirse como organización sindical con Marcelino Camacho como primer Secretario General. Al mismo tiempo, también fue diputado nacional del Partido Comunista durante dos años.
Hace unos días, la escritora Almudena Grandes hacía la siguiente reflexión acerca del sindicalista: “En éstos días vamos a leer muchas veces que Marcelino Camacho fue un hombre bueno; pero fue mucho más que eso. Vamos a leer muchas veces que fue un luchador por la libertad; pero fue mucho más que un luchador por la libertad. Marcelino fue una persona insustituible, y en primer lugar, fue un sindicalista. Un hombre que puso por encima de todo la dignidad de la clase obrera”. Así es. Marcelino Camacho es un ejemplo de dignidad, de sacrificio y de lucha por unos ideales, cueste lo que cueste. Sufrió la guerra, el exilio, la cárcel, y creyó siempre en la utopía que para él era luchar con los pies en la tierra y la mirada en el horizonte; cultivó la memoria y tomó el testigo de quienes antes que él lucharon por los mismos ideales, porque sabía que formaba parte de la noble historia del movimiento obrero y quería aportar lo mejor de sí mismo: su entrega, su capacidad intelectual y su compromiso político con los menos fuertes.
En uno de los últimos discursos que hizo Marcelino Camacho volvió a dejarnos una de esas frases que nos hacen recargarnos las pilas y seguir trabajando por los ideales en los que creemos. Marcelino se despidió de los compañeros/as que le escuchaban de la siguiente forma: “Compañeros y compañeras, siempre adelante, siempre a la izquierda”. Es necesario, ahora más que nunca seguir adelante, continuar con el trabajo que desde hace muchos años se lleva realizando desde los sindicatos y partidos progresistas.
Aunque Labordeta y Marcelino Camacho formaban parte de otros partidos políticos, los sentíamos muy cercanos, eran compañeros. Compañeros de una izquierda en la que cabemos todos, con distintos matices, pero en una izquierda en la que tenemos que hacer el esfuerzo de entendernos. Ambos dirigentes apostaron siempre por el dialogo y la negociación como forma de entendimiento y de llegar a acuerdos. Ambos trabajaron duro por tener una masa social trabajadora y de izquierdas, fuerte y solida.
La izquierda queda un poco más huérfana tras la muerte de éstos dos compañeros, pero el legado que ambos nos dejan merece tener más recorrido. Ahora, sólo nos queda coger el testigo, recordarlos siempre, imitar sus ejemplos y mostrar a la sociedad el duro camino que han trazado a favor de las libertades y la democracia que hoy disfrutamos.